POEMA III



Derribando golondrinas, doblegando lirios
violé la puerta de tu casa
y me quedé a vivir en ella.
Tu casa, ajena y mía, de mariposas
trémulas, volanderas cortinas
y sombras alargadas que tan bien conozco,
de las horas iguales, los pájaros oscuros
y la mortal angustia
del imposible verbo, la recóndita duda
retorciendo las vísceras, y el tiempo
detenido de amor, en la pupila.
Tu casa ajena y sin embargo
tan hondamente mía
donde transitan quedo mi más rebelde calma
la ira más terrible y mi sed infinita.
Donde flotan palabras, palabras solamente
de ternura vestidas que trepan verticales
trenzadas, apretadas, quemantes como lenguas
de una hoguera encendida. Tu casa
de ventanas abiertas a la vida
de mariposas trémulas y loca fantasía,
la casa que conozco, tu casa, tuya y mía
cuya puerta con mano desolada
violé un día, doblegando los lirios
volteando golondrinas, llevando como lanza
y escudo la dolida palidez de un anhelo
y como yelmo desnudo, mi corazón de niña.
Tu casa edificada en mitad de la vida
en el sendero exacto del vuelo y la vigilia,
tu casa iluminada como un faro en la isla.
Quien me diera el milagro de compartirla un día.
Ay, tu casa, tu casa, tan ajena y tan mía.
 


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