Derribando
golondrinas, doblegando lirios
violé
la puerta de tu casa
y
me quedé a vivir en ella.
Tu
casa, ajena y mía, de mariposas
trémulas,
volanderas cortinas
y
sombras alargadas que tan bien conozco,
de
las horas iguales, los pájaros oscuros
y
la mortal angustia
del
imposible verbo, la recóndita duda
retorciendo
las vísceras, y el tiempo
detenido
de amor, en la pupila.
Tu
casa ajena y sin embargo
tan
hondamente mía
donde
transitan quedo mi más rebelde calma
la
ira más terrible y mi sed infinita.
Donde
flotan palabras, palabras solamente
de
ternura vestidas que trepan verticales
trenzadas,
apretadas, quemantes como lenguas
de
una hoguera encendida. Tu casa
de
ventanas abiertas a la vida
de
mariposas trémulas y loca fantasía,
la
casa que conozco, tu casa, tuya y mía
cuya
puerta con mano desolada
violé
un día, doblegando los lirios
volteando
golondrinas, llevando como lanza
y
escudo la dolida palidez de un anhelo
y
como yelmo desnudo, mi corazón de niña.
Tu
casa edificada en mitad de la vida
en
el sendero exacto del vuelo y la vigilia,
tu
casa iluminada como un faro en la isla.
Quien
me diera el milagro de compartirla un día.
Ay,
tu casa, tu casa, tan ajena y tan mía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario