Mientras
el humo no llegue
a
oscurecer la tierra
y el
azufre esté relegado
al polvo
del olvido
seamos,
prójimo mío, muchedumbre
de paz
hasta que no haya luna;
desde el
río hasta los confines
de la
tierra, junto a los moradores
del
desierto hagamos florecer
los días
de justicia. Un puñado
de
granos echemos sobre las cumbres
de los
montes; perpetuemos la rosa
el árbol
y la hierba, para que pájaros
sobrevivan
en el espacio y los mares
cobijen
criaturas ligeras.
Hagamos
desandar el tiempo
para que
la injusticia no sea
para que
la guerra no sea,
para que
el traidor no perdure
y el
enemigo duerma.
Levantemos
las manos a las nubes
limpias
de ajena sangre
para
entrar en el tiempo de siembra
hasta
que dure el sol.
Las
manos levantadas, los unos
y los
otros, prójimo mío,
todos,
todos, todos
hasta
que la última estrella
se
apague en los confines del universo.
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