Llueve. Y en la tarde
añoro la distancia
pretéritos vergeles
de umbría remembranza.
Qué dulce era entonces
juntos, bajo el paraguas
tomados de la mano
deambular bajo el agua
lloviznada o violenta
por las calles amadas.
En nuestro mundo apenas
el amor nos bastaba
para estrellar los ojos
encendiendo las lámparas
en tardes de tormenta
o noches de borrasca.
La lluvia se escurría
entre tus manos cálidas
amante estremecido
de húmeda nostalgia.
Tal vez en un recodo
del tiempo, en la distancia
sientas aún el roce
de mi mano en tu espalda
y en tu boca de fuego
la mía, calcinada.
La lluvia cae lenta
como aquella mañana
de un invierno cualquiera
qué importa; la distancia
el olvido, la niebla
el silencio, la nada
y todo el desencanto
de antiguas esperanzas.
Esta lluvia que moja
ahora, mi ventana
en nada se parece
a la imagen intacta
de la rosa encendida
de pasión escarlata
que se fue deshojando
bajo la lluvia mansa
indiferente y fría
de la vida que pasa.
A veces rememoro
con la cara mojada
bajo la lluvia intensa
apacible o helada
nuestra antigua ternura
la calidez del alma
y aquel amor de locos
llenándonos de magia.
Entonces, me sonrío
porque sin pedir nada
la vida me dio todo:
el fuego, la esperanza
la semilla y la lumbre
la rosa desvelada
de sueños y ternura
y la dicha mojada
de la lluvia ahí fuera
y tu piel en mi almohada.
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